¿QUIÉNES SOMOS? ¿QUÉ HACEMOS?

La Asociación Civil TALLER FLOTANTE es una plataforma de proyectos relacionados al territorio islas y costa de la cuenca sur del Plata – Paraná. Es un espacio de producción, investigación y experimentación extra disciplinar y autogestivo, que busca superar visiones establecidas y divisiones políticas. Se trata de conjugar una serie de trabajos de despliegue territorial, con la activación de proyectos. En el acto de recorrer, viajar, propiciar el encuentro y el relato, activamos representaciones de un espacio emocional colectivo y volvemos a dotar a las representaciones territoriales de su vocación. Se trata de re-dotar al agua (marrón) de su aspecto simbólico, que pierde en su construcción moderna como H2O (agua universal incolora, inodora, insípida). El agua marrón del Paraná que arma y desarma lugares, por donde entran y salen migrantes de todo tipo y especie. Quizás allí resida una clave de identidades mestizas; un territorio inestable, que construye identidades en tránsito permanente. Trabaja desde la circulación de los territorios como forma de conocimiento, de lectura y escritura simultánea, a través de expedicionarios (investigadores, escritores, comunicadores, docentes, baqueanos etc.). La comunidad y el paisaje conviven en intercambios de saberes, desde modos y medios que cada unx dispone para interpretar los que acontece in situ. Su modalidad es de talleres y/o laboratorios; son las iniciativas que movilizan, vocaciones, testimonios, relaciones, generando nuevas estéticas. Cada proyecto desenlaza datos, relatos, informes, imágenes, objetos, formas, que desocultan la escala íntima del territorio, y lo exponen empoderado en las escalas regional y global que lo atraviesan (hidrovía Paraná-Paraguay, corredor bi-oceánico). Desde allí se constituye lo colectivo y se construye “lo público”. Fomentando la contaminación de saberes, la creación de híbridos y la copulación técnica/artística/ancestral que habilita nuevos mundos posibles.

Cultura, territorio y desarrollo - por Benjamín González Pérez


Cultura, territorio y desarrollo.
Ponencia presentada en el Tercer Encuentro Nacional de Puntos de Cultura, el 1 de diciembre de 2016, Buenos Aires, Arg

Todo proyecto de Ciudad es, en esencia, un proyecto cultural. La convivencia, el reconocimiento de la diferencia, la negociación cotidiana de espacios de representación e identidad, la disputa del espacio público, la ocupación de los espacios simbólicos y formales, todos estos elementos hacen de nuestro territorio común un laboratorio de intercambios y oportunidades, conflictos y coexistencias, hibridaciones y entendimientos.

La enunciación de “un proyecto cultural”, para enfrentar estos retos, se vuelve necesaria y urgente en todas las latitudes de América. El debate sobre las prioridades de este proyecto, sus definiciones  y experiencias son fundamentales para integrar iniciativas que permitan impulsar programas que cambien conductas y refunden nuestras prácticas y hábitos. La discusión sobre un proyecto cultural que impulse una idea clara de ciudad, de país y de mundo, en general, debe surgir como parte de una construcción colectiva, de la inclusión de ideas diversas, del reconocimiento a la pluralidad cultural, es decir, debe ser un proceso democrático y participativo.

Para elaborar este proyecto cultual o este conjunto de proyectos cultuales que confluyan en un mismo sentido, opino que la primera decisión que debemos tomar  es una decisión de carácter político.

Durante las revoluciones del siglo xx la utopía estaba representada por miles de jóvenes que sostenían una posibilidad revolucionaria, el cambio era una vanguardia y una lucha directa y rápida, la revolución del siglo xxi se ha trasformado en una batalla cultural, de resistencia e identidad, de acupuntura cultural, tocar las fibras torales del sistema, de construir hoyos en la matrix, de ir en “sentido contrario” un futuro alterno, alter-mundista, anti-sistémico.

Para definir esta posición hay debates necesarios.
Debemos debatir sobre los jóvenes y su derecho a la diversidad, al futuro, a la calle, al ocio creativo, debemos debatir sobre la defensa de los espacios públicos como patrimonio colectivo y cultural, bebemos debatir sobre el reconocimiento de la identidad de los pueblos originarios y de su derecho a la preservación y promoción de su cultura, sobre las luchas de las minorías sexuales por el reconocimiento pleno de sus derechos civiles y políticos, su derecho al amor libre, sobre los prejuicios raciales ,sobre el machismo que asesina, sobre el amor romántico y los feminicidios.

Debemos debatir sobre la defensa irrestricta de los recursos  naturales donde nos comprometemos con la sustentabilidad del planeta y con su futuro, debemos debatir sobre las industrias cultuales y sobre la economía en la cultura, debemos debatir sobre el empoderamiento de la sociedad y nuestra relación con el poder político y sus diversas expresiones.
Y después de este arduo debate, necesitamos tomar posición, estar en algún lado, como dice el Benedetti en su poema “soy un caso perdido”
“soy parcial,
de eso no cabe duda
 más aun yo diría que un parcial irrescatable
 caso perdido al fin
 ya que por más esfuerzos que haga
nunca podré llegar a ser neutral”

Y con mi parcialidad a cuestas, los conmino a tomar posición, no es posible quedar bien con todos, la parcialidad implica molestar a algunos, no salir a los cafés con todos y decir que no o si a proyectos, iniciativas y alternativas.

Cultura para que
Cultura para que el acceso y disfrute de la poesía, la literatura, el teatro, la música, el cine, las artes plásticas y el arte contemporáneo y todas las expresiones humanas no tengan precio y  sean consideradas un derecho universal garantizado por el Estado y protegido por los ciudadanos.

Cultura para mejorar la convivencia, para aprender del dolor ajeno, para no perder nuestra capacidad de asombro ni nuestra capacidad de empatía con el otro.

Cultura para reconocernos distintos y diversos, similares y diferentes, con derechos individuales y colectivos.

Cultura para la libertad, para la reflexión, para el pensamiento crítico, para la circulación libre de las ideas y de los mensajes,  para la fomentar la tolerancia y la comunión.

Cultura para convencernos de que además del miedo y la necesidad de sobrevivir, la belleza existe y tenemos derecho a ella, tenemos derecho de educar nuestra sensibilidad y hacer de ello un ejercicio gozoso.

Cultura para defender nuestro patrimonio tangible e intangible, para preservarlo y reinventarlo; cultura para hablar de nosotros y contar nuestra historia, para entender las historias de otros y compararla con la nuestra.

Cultura para preservar el medio ambiente, para llenar de verde nuestras calles; cultura para comprender el mensaje que la naturaleza nos envía; cultura para la sustentabilidad y la supervivencia.

Cultura para reinventar el espacio público, para salvaguardar al peatón y llenar de música y luz las noches de nuestras comunidades y barrios.

Cultura para que los hombres renunciemos a nuestros privilegios, para iniciar una deconstrucción de nuestras formas de dominación, para desaprender el machismo y la misoginia, cultura para el amor libre de prejuicios y para una vida sin violencia.
Cultura para entender que los jóvenes han hecho de su forma de vestir y de actuar, de su música y sus preferencias, de su gusto por las nuevas tecnologías,  mecanismos de identidad y resistencia, que hablan a través de las paredes, en las páginas web, en la calle y en la fiesta.

Cultura para el respeto irrestricto a las identidades juveniles, no solo de sus formas de participación y de organización, sino evitando su discriminación y combatiendo la criminalización de sus prácticas y hábitos culturales.
Cultura para solicitar la despenalización del uso de la cannabis y su regulación inmediata, en todos sus modalidades, desde medicinales hasta recreativas.
Cultura para la acción, para el cambio, para la ruptura, cultura para imaginar que el mundo es una oportunidad y no un destino manifiesto.

¿Cultura con quién?

Con quienes les ha sido negado el derecho a la belleza: los periféricos, los populares, los comunes, los nacos, los sin rostro, los parias, los sin patria, los que han salido de sus casa obligados a atravesar fronteras, los que han llegado de otras partes trayendo consigo sus formas culturales, los estrafalarios, los distintos, raros, los callejeros, los despatriados, los estigmatizados, los marginados.

¿Cultura en qué lugares?

En los espacios más convencionales: la banqueta, el terraplén, la bodega, en el metro, el camión, la ciclovía, en la barda de la esquina rasposa, los parques públicos, las azoteas, las fuentes sin agua, los terrenos baldíos , las colonias dormitorio, los bosques deforestados, las comunidades indígenas, los barrios populares, los centros históricos, en las casas de cultura, en los centros autogestionados, en los museos de sitio, en los lugares donde nunca, o casi nunca, existe una oferta cultural.

¿Que nos interesa promover?

La complejidad  de nuestra cultura toda: las identidades juveniles, las lenguas originarias, el rock, el ska, el reggae, el arte contemporáneo, moderno, primitivo, posmoderno, los libros y sus historias, la poesía y el rap; la cultura como un derecho y aquello que enriquece nuestro decir y nuestro pensar, los sabores, los olores y los colores de pueblos, gentes y entornos.

En esta toma de posición hay algunos peligros quisiera señalar solo algunos por asuntos de tiempo
El peligro de la Chespiritización de la Cultura
En los últimos años ha crecido de manera exponencial: la relación entre las políticas culturales y la industria del espectáculo-entretenimiento.

Esta alianza no es casual, el nivel de influencia de los medios masivos de comunicación y su utilidad política, ha convertido a las acciones culturales en una variante de la “propaganda gubernamental”.

Es recurrente encontrar en los programas de los festivales, estatales o nacionales, e internacionales, la participación de seudo-artistas de la farándula ligados a la industria del espectáculo y entretenimiento presentados como “aportaciones culturales” con el argumento de que “el público los pide” o que “las actividades de carácter cultural “no las entiende la gente”, ante ello el razonamiento de los grupos gobernantes es simple: la gente no requiere diversificar sus emociones ni aperturar sus expectativas; para ellos el ciudadano de a pie requiere “fiesta”, “esparcimiento”, “recreación”, es visto, no como una persona con capacidad de discernir, sino como un consumidor más; para ellos la cultura no es un bien público, ni su acceso un derecho, sino para ellos los servicios culturales son una mercancía y su acceso una forma de consumo.

El pragmatismo ha llegado a la cultura y convierte la oferta cultural en una mercancía sujeta a las leyes del mercado y a las herramientas de la mercadotecnia.

Otro síntoma de esta problemática ocurre cuando se utiliza la política de reorganización urbana y el rescate de los espacios públicos, esencial para hacer posible la reconstrucción del tejido social y con ello intentar reencontrar el camino de la convivencia, para impulsar proyectos grandilocuentes, faraónicos y frívolos; ejemplos sobran, ruedas de la fortuna millonarias, museos seudocientíficos para niños con comida chatarra de premio para quien los visita, parques con Fuentes
Inteligentes, Andadores culturales temáticos, Esculturas realizadas con inversiones millonarias que pretenden ser “Íconos de Ciudades” y que no dialogan con los entornos urbanos, ni se consulta su instalación en los espacios públicos.

Los gobiernos presentan estos proyectos como “herramientas de desarrollo cultural”, a lo mucho son parques de diversiones, su costos suelen ser millonarios mermando los escasos recursos públicos destinados al desarrollo cultural comunitario ; además, por lo regular, se margina a las comunidades de artistas de su planeación y su significación, por si fuera poco, muchos de estos proyectos se concesionan a la iniciativa privada convirtiéndose en jugosos negocios para unos cuantos.

La arquitectura se convierte en una herramienta de la colonización-gentrificación, ello convierte a la privatización del espacio público en política de Estado. 

En los últimos años, el desarrollo del capitalismo salvaje ha debilitado la acción pública y su papel preponderante en la promoción y desarrollo de políticas culturales. La economía de mercado ha convertido la acción cultural en una mercancía más, la forma en que gobiernos, comunidades de artistas y gestores culturales han adoptado estos nuevos lenguajes y reglas es clara, en la mayoría de los proyectos que se desarrollan en nuestras entidades, el llamado marketing cultural, el emprendurismo y la industrias culturales son muestra de cómo se ha adoptado este nuevo paradigma basado en una lógica empresarial y mercantil.
El Estado, según esta tesis, debe mantenerse al margen del desarrollo cultural, es el mercado y los públicos los que deben decidir qué consumen y qué no, se nos quiere vender la independencia y la autonomía como libre mercado y lucha de los “clientes de la cultura”.

No tengo nada contra la autogestión de los proyectos culturales, ni desprecio la capacidad creadora ni de iniciativa de sus miembros, lo que me preocupa es reducir los alcances de las políticas a lo que el mercado pueda ofrecernos y convertir nuestras prioridades en aquellas que sean “sustentables” a los ojos del mercado, reduciendo con ello nuestros alcances sociales y destruyendo el valor ético del desarrollo cultural; si bien es cierto, la cultura, como concepto, puede convertirse en un espacio para el crecimiento económico y en un aliciente de la economía, eso no quiere decir que todos los proyectos tengan que ser “rentables”. Considero que hay bastantes iniciativas de desarrollo cultural que pueden encontrar en el mercado un nicho de oportunidad, pero hay políticas y acciones que deben seguir siendo una inversión pública y social, el desmantelamiento de los derechos culturales y el adelgazamiento del Estado ha provocado una nueva jerarquización de las prioridades en el ámbito cultural, nos ha quitado nuestra condición de ciudadano y nos ha convertido en un “potencial consumidor”.

Una constante en cómo los gobiernos han apoyado estas nuevas políticas son las reformas legales que en materia fiscal se han promovido con el fin de que los grandes capitales puedan “invertir en el ámbito cultural”.

Estas nuevas reglas básicamente consisten en un régimen fiscal especial, con deducciones de impuestos para quien decida impulsar iniciativas culturales de la sociedad civil; esto, que al principio se planteó como algo innovador y prometedor, se ha convertido en una simulación permanente.

Las grandes empresas privadas en México ,por lo menos,  han convertido estos incentivos en una “nueva estrategia de negocio”, en lugar de apoyar proyectos independientes de su seno empresarial, de acompañar procesos público-privados o de aportar financiamiento a artistas, colectivos o compañías, se han dedicado a crear sus propias “empresas culturales”; dichos espacios capturados y dirigidos por ellos mismos, reproducen una política empresarial de corte “cultural” y promueven las iniciativas que convienen a sus intereses comerciales, no sólo hacen negocio deduciendo impuestos, sino que además aparecen frente a la sociedad como promotores de cultura y desarrollo.

Por último el desarrollo cultural comunitario debe partir de nuestra capacidad para organizar un revolución de ideas y experiencias, dotar de herramientas a los ciudadanos para “contar sus propias historias locales”, que permitieran a cada miembro de la comunidad expresar, a través de soportes como la fotografía, el teatro, o la escultura, entre muchos otros, sus preocupaciones, esperanzas y pesadillas,  debemos encontrar el camino para construir poéticas propias y significado a la vida en comunidad, una terminal de llegada de propuestas artístico- culturales y una plataforma de salida de las iniciativas locales.

Para finalizar quiero cederle la palabra al poeta Federico García Lorca quien pronunció estas palabras en su pueblo natal Fuente Vaqueros con motivo de la inauguración de una biblioteca. El mismo que unos días después fuera asesinado brutalmente por la dictadura franquista este breve texto a mi juicio resume la posición que he venido a compartirles el día de hoy.
“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente  hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
(…) ¡Libros! ¡libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso, Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedia socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”



Ponencia presentada en el Tercer Encuentro de Puntos de Cultura, el 1 de diciembre de 2016

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