Cultura,
territorio y desarrollo.
Ponencia presentada en el Tercer Encuentro Nacional de Puntos de Cultura, el 1 de diciembre de 2016, Buenos Aires, Arg
Todo
proyecto de Ciudad es, en esencia, un proyecto cultural. La convivencia, el
reconocimiento de la diferencia, la negociación cotidiana de espacios de
representación e identidad, la disputa del espacio público, la ocupación de los
espacios simbólicos y formales, todos estos elementos hacen de nuestro
territorio común un laboratorio de intercambios y oportunidades, conflictos y
coexistencias, hibridaciones y entendimientos.
La
enunciación de “un proyecto cultural”, para enfrentar estos retos, se vuelve necesaria
y urgente en todas las latitudes de América. El debate sobre las prioridades de
este proyecto, sus definiciones y
experiencias son fundamentales para integrar iniciativas que permitan impulsar
programas que cambien conductas y refunden nuestras prácticas y hábitos. La
discusión sobre un proyecto cultural que impulse una idea clara de ciudad, de
país y de mundo, en general, debe surgir como parte de una construcción
colectiva, de la inclusión de ideas diversas, del reconocimiento a la
pluralidad cultural, es decir, debe ser un proceso democrático y participativo.
Para
elaborar este proyecto cultual o este conjunto de proyectos cultuales que
confluyan en un mismo sentido, opino que la primera decisión que debemos
tomar es una decisión de carácter político.
Durante
las revoluciones del siglo xx la utopía estaba representada por miles de
jóvenes que sostenían una posibilidad revolucionaria, el cambio era una
vanguardia y una lucha directa y rápida, la revolución del siglo xxi se ha
trasformado en una batalla cultural, de resistencia e identidad, de acupuntura
cultural, tocar las fibras torales del sistema, de construir hoyos en la
matrix, de ir en “sentido contrario” un futuro alterno, alter-mundista, anti-sistémico.
Para
definir esta posición hay debates necesarios.
Debemos
debatir sobre los jóvenes y su derecho a la diversidad, al futuro, a la calle,
al ocio creativo, debemos debatir sobre la defensa de los espacios públicos
como patrimonio colectivo y cultural, bebemos debatir sobre el reconocimiento
de la identidad de los pueblos originarios y de su derecho a la preservación y
promoción de su cultura, sobre las luchas de las minorías sexuales por el
reconocimiento pleno de sus derechos civiles y políticos, su derecho al amor
libre, sobre los prejuicios raciales ,sobre el machismo que asesina, sobre el
amor romántico y los feminicidios.
Debemos
debatir sobre la defensa irrestricta de los recursos naturales donde nos comprometemos con la
sustentabilidad del planeta y con su futuro, debemos debatir sobre las
industrias cultuales y sobre la economía en la cultura, debemos debatir sobre
el empoderamiento de la sociedad y nuestra relación con el poder político y sus
diversas expresiones.
Y
después de este arduo debate, necesitamos tomar posición, estar en algún lado, como
dice el Benedetti en su poema “soy un caso perdido”
“soy
parcial,
de
eso no cabe duda
más aun yo diría que un parcial irrescatable
caso perdido al fin
ya que por más esfuerzos que haga
nunca
podré llegar a ser neutral”
Y
con mi parcialidad a cuestas, los conmino a tomar posición, no es posible
quedar bien con todos, la parcialidad implica molestar a algunos, no salir a
los cafés con todos y decir que no o si a proyectos, iniciativas y
alternativas.
Cultura
para que
Cultura para que el acceso y disfrute de la poesía, la
literatura, el teatro, la música, el cine, las artes plásticas y el arte
contemporáneo y todas las expresiones humanas no tengan precio y sean consideradas un derecho universal
garantizado por el Estado y protegido por los ciudadanos.
Cultura para mejorar la convivencia, para aprender del dolor
ajeno, para no perder nuestra capacidad de asombro ni nuestra capacidad de
empatía con el otro.
Cultura para reconocernos distintos y diversos, similares y diferentes,
con derechos individuales y colectivos.
Cultura para la libertad, para la reflexión, para el pensamiento
crítico, para la circulación libre de las ideas y de los mensajes, para la fomentar la tolerancia y la comunión.
Cultura para convencernos de que además del miedo y la necesidad
de sobrevivir, la belleza existe y tenemos derecho a ella, tenemos derecho de educar
nuestra sensibilidad y hacer de ello un ejercicio gozoso.
Cultura para defender nuestro patrimonio tangible e intangible,
para preservarlo y reinventarlo; cultura para hablar de nosotros y contar
nuestra historia, para entender las historias de otros y compararla con la
nuestra.
Cultura para preservar el medio ambiente, para llenar de verde
nuestras calles; cultura para comprender el mensaje que la naturaleza nos envía;
cultura para la sustentabilidad y la supervivencia.
Cultura para reinventar el espacio público, para salvaguardar al
peatón y llenar de música y luz las noches de nuestras comunidades y barrios.
Cultura para que los hombres renunciemos a nuestros privilegios,
para iniciar una deconstrucción de nuestras formas de dominación, para
desaprender el machismo y la misoginia, cultura para el amor libre de
prejuicios y para una vida sin violencia.
Cultura para entender que los jóvenes han hecho de su forma de
vestir y de actuar, de su música y sus preferencias, de su gusto por las nuevas
tecnologías, mecanismos de identidad y
resistencia, que hablan a través de las paredes, en las páginas web, en la calle y en la fiesta.
Cultura para el respeto
irrestricto a las identidades juveniles, no solo de sus formas de participación
y de organización, sino evitando su discriminación y combatiendo la
criminalización de sus prácticas y hábitos culturales.
Cultura para solicitar la despenalización del uso de la cannabis
y su regulación inmediata, en todos sus modalidades, desde medicinales hasta
recreativas.
Cultura para la acción, para el cambio, para la ruptura,
cultura para imaginar que el mundo es una oportunidad y no un destino
manifiesto.
¿Cultura con quién?
Con quienes les ha sido negado el derecho a la belleza:
los periféricos, los populares, los comunes, los nacos, los sin rostro, los
parias, los sin patria, los que han salido de sus casa obligados a atravesar
fronteras, los que han llegado de otras partes trayendo consigo sus formas
culturales, los estrafalarios, los distintos, raros, los callejeros, los despatriados,
los estigmatizados, los marginados.
¿Cultura en qué lugares?
En los espacios más convencionales: la banqueta, el
terraplén, la bodega, en el metro, el camión, la ciclovía, en la barda de la
esquina rasposa, los parques públicos, las azoteas, las fuentes sin agua, los
terrenos baldíos , las colonias dormitorio, los bosques deforestados, las
comunidades indígenas, los barrios populares, los centros históricos, en las casas
de cultura, en los centros autogestionados, en los museos de sitio, en los
lugares donde nunca, o casi nunca, existe una oferta cultural.
¿Que nos interesa promover?
La complejidad de
nuestra cultura toda: las identidades juveniles, las lenguas originarias, el
rock, el ska, el reggae, el arte contemporáneo, moderno, primitivo, posmoderno,
los libros y sus historias, la poesía y el rap; la cultura como un derecho y
aquello que enriquece nuestro decir y nuestro pensar, los sabores, los olores y
los colores de pueblos, gentes y entornos.
El peligro de la Chespiritización
de la Cultura
En los últimos años ha crecido de manera exponencial: la
relación entre las políticas culturales y la industria del
espectáculo-entretenimiento.
Esta alianza no es casual,
el nivel de influencia de los medios masivos de comunicación y su utilidad
política, ha convertido a las acciones culturales en una variante de la
“propaganda gubernamental”.
Es recurrente encontrar en
los programas de los festivales, estatales o nacionales, e internacionales, la
participación de seudo-artistas de la farándula ligados a la industria del
espectáculo y entretenimiento presentados como “aportaciones culturales” con el
argumento de que “el público los pide” o que “las actividades de carácter
cultural “no las entiende la gente”, ante ello el razonamiento de los grupos
gobernantes es simple: la gente no requiere diversificar sus emociones ni aperturar
sus expectativas; para ellos el ciudadano de a pie requiere “fiesta”, “esparcimiento”,
“recreación”, es visto, no como una persona con capacidad de discernir, sino
como un consumidor más; para ellos la cultura no es un bien público, ni su
acceso un derecho, sino para ellos los servicios culturales son una mercancía y
su acceso una forma de consumo.
El pragmatismo ha llegado a
la cultura y convierte la oferta cultural en una mercancía sujeta a las leyes
del mercado y a las herramientas de la mercadotecnia.
Otro síntoma de esta
problemática ocurre cuando se utiliza la política de reorganización urbana y el
rescate de los espacios públicos, esencial para hacer posible la reconstrucción
del tejido social y con ello intentar reencontrar el camino de la convivencia,
para impulsar proyectos grandilocuentes, faraónicos y frívolos; ejemplos
sobran, ruedas de la fortuna millonarias, museos seudocientíficos para niños
con comida chatarra de premio para quien los visita, parques con Fuentes
Inteligentes, Andadores culturales temáticos, Esculturas
realizadas con inversiones millonarias que pretenden ser “Íconos de Ciudades” y
que no dialogan con los entornos urbanos, ni se consulta su instalación en los
espacios públicos.
Los gobiernos presentan
estos proyectos como “herramientas de desarrollo cultural”, a lo mucho son
parques de diversiones, su costos suelen ser millonarios mermando los escasos
recursos públicos destinados al desarrollo cultural comunitario ; además, por
lo regular, se margina a las comunidades de artistas de su planeación y su
significación, por si fuera poco, muchos de estos proyectos se concesionan a la
iniciativa privada convirtiéndose en jugosos negocios para unos cuantos.
La arquitectura se
convierte en una herramienta de la colonización-gentrificación, ello convierte
a la privatización del espacio público en política de Estado.
En los últimos años, el desarrollo del capitalismo
salvaje ha debilitado la acción pública y su papel preponderante en la
promoción y desarrollo de políticas culturales. La economía de mercado ha
convertido la acción cultural en una mercancía más, la forma en que gobiernos,
comunidades de artistas y gestores culturales han adoptado estos nuevos lenguajes
y reglas es clara, en la mayoría de los proyectos que se desarrollan en
nuestras entidades, el llamado marketing
cultural, el emprendurismo y la industrias culturales son muestra de cómo
se ha adoptado este nuevo paradigma basado en una lógica empresarial y
mercantil.
El Estado, según esta tesis, debe mantenerse al margen
del desarrollo cultural, es el mercado y los públicos los que deben decidir qué
consumen y qué no, se nos quiere vender la independencia y la autonomía como
libre mercado y lucha de los “clientes de la cultura”.
No tengo nada contra la
autogestión de los proyectos culturales, ni desprecio la capacidad creadora ni
de iniciativa de sus miembros, lo que me preocupa es reducir los alcances de
las políticas a lo que el mercado pueda ofrecernos y convertir nuestras
prioridades en aquellas que sean “sustentables” a los ojos del mercado,
reduciendo con ello nuestros alcances sociales y destruyendo el valor ético del
desarrollo cultural; si bien es cierto, la cultura, como concepto, puede convertirse
en un espacio para el crecimiento económico y en un aliciente de la economía,
eso no quiere decir que todos los proyectos tengan que ser “rentables”.
Considero que hay bastantes iniciativas de desarrollo cultural que pueden
encontrar en el mercado un nicho de oportunidad, pero hay políticas y acciones
que deben seguir siendo una inversión pública y social, el desmantelamiento de
los derechos culturales y el adelgazamiento del Estado ha provocado una nueva
jerarquización de las prioridades en el ámbito cultural, nos ha quitado nuestra
condición de ciudadano y nos ha convertido en un “potencial consumidor”.
Una constante en cómo los
gobiernos han apoyado estas nuevas políticas son las reformas legales que en
materia fiscal se han promovido con el fin de que los grandes capitales puedan
“invertir en el ámbito cultural”.
Estas nuevas reglas
básicamente consisten en un régimen fiscal especial, con deducciones de
impuestos para quien decida impulsar iniciativas culturales de la sociedad
civil; esto, que al principio se planteó como algo innovador y prometedor, se
ha convertido en una simulación permanente.
Las grandes empresas
privadas en México ,por lo menos, han
convertido estos incentivos en una “nueva estrategia de negocio”, en lugar de
apoyar proyectos independientes de su seno empresarial, de acompañar procesos
público-privados o de aportar financiamiento a artistas, colectivos o
compañías, se han dedicado a crear sus propias “empresas culturales”; dichos
espacios capturados y dirigidos por ellos mismos, reproducen una política
empresarial de corte “cultural” y promueven las iniciativas que convienen a sus
intereses comerciales, no sólo hacen negocio deduciendo impuestos, sino que
además aparecen frente a la sociedad como promotores de cultura y desarrollo.
Por
último el desarrollo cultural comunitario debe partir de nuestra capacidad para
organizar un revolución de ideas y experiencias, dotar de herramientas a los
ciudadanos para “contar sus propias historias locales”, que permitieran a cada
miembro de la comunidad expresar, a través de soportes como la fotografía, el
teatro, o la escultura, entre muchos otros, sus preocupaciones, esperanzas y
pesadillas, debemos encontrar el camino
para construir poéticas propias y significado a la vida en comunidad, una
terminal de llegada de propuestas artístico- culturales y una plataforma de
salida de las iniciativas locales.
Para finalizar quiero cederle la palabra al poeta Federico
García Lorca quien pronunció estas palabras en su pueblo natal Fuente Vaqueros
con motivo de la inauguración de una biblioteca. El mismo que unos días después
fuera asesinado brutalmente por la dictadura franquista este breve texto a mi juicio
resume la posición que he venido a compartirles el día de hoy.
“No
sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la
calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco
desde aquí violentamente a los que solamente
hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las
reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está
que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos
los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas
al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible
organización social.
(…) ¡Libros! ¡libros! He aquí una palabra mágica que
equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o
como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso,
Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba
prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por
desoladas llanuras de nieve infinita, pedia socorro en carta a su lejana
familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma
no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua,
pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre
del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un
cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma
insatisfecha dura toda la vida”
Ponencia presentada en el Tercer Encuentro de Puntos de Cultura, el 1 de diciembre de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario