¿QUIÉNES SOMOS? ¿QUÉ HACEMOS?

La Asociación Civil TALLER FLOTANTE es una plataforma de proyectos relacionados al territorio islas y costa de la cuenca sur del Plata – Paraná. Es un espacio de producción, investigación y experimentación extra disciplinar y autogestivo, que busca superar visiones establecidas y divisiones políticas. Se trata de conjugar una serie de trabajos de despliegue territorial, con la activación de proyectos. En el acto de recorrer, viajar, propiciar el encuentro y el relato, activamos representaciones de un espacio emocional colectivo y volvemos a dotar a las representaciones territoriales de su vocación. Se trata de re-dotar al agua (marrón) de su aspecto simbólico, que pierde en su construcción moderna como H2O (agua universal incolora, inodora, insípida). El agua marrón del Paraná que arma y desarma lugares, por donde entran y salen migrantes de todo tipo y especie. Quizás allí resida una clave de identidades mestizas; un territorio inestable, que construye identidades en tránsito permanente. Trabaja desde la circulación de los territorios como forma de conocimiento, de lectura y escritura simultánea, a través de expedicionarios (investigadores, escritores, comunicadores, docentes, baqueanos etc.). La comunidad y el paisaje conviven en intercambios de saberes, desde modos y medios que cada unx dispone para interpretar los que acontece in situ. Su modalidad es de talleres y/o laboratorios; son las iniciativas que movilizan, vocaciones, testimonios, relaciones, generando nuevas estéticas. Cada proyecto desenlaza datos, relatos, informes, imágenes, objetos, formas, que desocultan la escala íntima del territorio, y lo exponen empoderado en las escalas regional y global que lo atraviesan (hidrovía Paraná-Paraguay, corredor bi-oceánico). Desde allí se constituye lo colectivo y se construye “lo público”. Fomentando la contaminación de saberes, la creación de híbridos y la copulación técnica/artística/ancestral que habilita nuevos mundos posibles.

Crónica periodística del Taller Flotante 3º entrega - por Claudio González

La naturaleza y el hombre, un conflicto que se expresa con fuerza en las islas
No son pocos los que piensan que la naturaleza es un concepto contrapuesto al hombre, sin observar que el hombre forma parte de esa misma naturaleza, y casi cualquier cosa que haga la afecta, la modifica, la altera de maneras intencionales pero también impensadas, y en muchos casos con consecuencias complicadas. Tercera entrega del Taller Flotante de Islas.






La quema en las islas, la presencia de especies exóticas, el avance del río sobre las barrancas, son algunos casos.
Cuando pensamos en cómo afecta la presencia del hombre a la naturaleza de las islas la primer imagen que se nos viene a la mente es la de los incendios que en 2008 se potenciaron por una conjunción de factores, como una prolongada sequía, el ingreso de una gran cantidad de ganado para engorde, y vientos que arrojaron el humo a las principales ciudades del país: Rosario y Buenos Aires.
Pero el fuego y las islas no son un fenómeno reciente. De hecho, en El País de los Chajás, Gregorio Spiazzi lo pinta como una actividad normal de las islas, para limpiar grandes extensiones de tierra y asegurar pasturas frescas en primavera. Incluso al comentar sobre este tema, Eduardo Spiaggi, del Taller Ecologista de Rosario reconoció que se trata de una práctica que tiene más de un siglo, sin que ello la justifique hoy en día.
Al respecto, Spiaggi comentó que existen alternativas a la quema, como el uso de boyeros eléctricos para llevar a los animales a reducir las pasturas antes de que se conviertan en un problema, algo que -explicó- el productor victoriense Emiliano Merzbacher ya está implementando. “Hay que llevar a los animales a donde deben pastar, y no dejar que ellos elijan qué pastos comer”, indicó como en análisis que realizan los productores.
Cierto es que el tema de la quema en las islas es sumamente sensible para los rosarinos, pero no deja de ser menos cierto que en materia de contaminación ambiental difícilmente pueda plantearse como el principal problema de la gran urbe. A manera de ejemplo, mientras conversábamos sobre este tema en las islas victorienses, detrás del río se veía a las chimeneas de la refinería de San Lorenzo echando fuego y humo cual dragones las 24 horas, y más cerca aún, detrás de los árboles de la isla que se encontraba frente nuestro, el gigantesco muro de edificios costeros de la segunda ciudad del país, en la que diariamente circulan mucho más de 100 mil automóviles y de la que los desechos cloacales de un millón de personas terminan reduciéndose en el río que se busca proteger.
Más allá de esta discusión, es inocultable que no es este el único impacto que tiene la presencia humana en las islas. Sin necesidad de irnos muy lejos de donde estábamos, los mismos árboles que dan fora al camping se corresponden con una especie que no es natural de las islas, y que fueron plantados muchos años antes que sus actuales dueños compraran el islote Los Benitos.
También a simple vista se observa que varias de las muchas casas quintas que se encuentran en el lugar tienen cuidados jardines con hermosas plantas ornamentales originarias de
Europa, China, Japón, o Norteamérica… si bien se puede alegar que esto tiene un impacto insignificante en el sistema biológico, también se puede argumentar que no se puede saber qué impacto tendrá una especie biológica insertada en un ámbito que no le es natural. No faltó quien pensara, por ejemplo, que los castores no afectarían el ecosistema de Tierra del Fuego, y sin ir más lejos en Victoria era hasta pocos años atrás difícil de imaginar que las tomas de agua se verían afectadas por unos moluscos de China que llegaron a las siete colinas como suciedad en el casco de algún barco que los trajo vaya uno a saber de dónde.
Así y todo, hay otra interacción que parece cada vez más complicada. Si bien la naturaleza del río es su cambio (Eduardo Apolinaire, el arqueólogo, recordaba en ese sentido que está probado que en algún momento el Paraná desembocó en el Uruguay) el aumento del parque náutico en Rosario y su circulación en los riachos del delta va comiéndose las barrancas y las islas a partir del constante golpe del agua sobre las barrancas. Eso es algo que se observa a simple vista: hay barrancas en las que la vegetación se muestra asentada, cortada por lenguas en las que se observa el corte vivo de tierra, producto de la caída al riacho de un terrón, un bloque que se desprende de la barranca luego que el agua socavara su base.
Este fenómeno, que afecta principalmente a la costa entrerriana en el cauce principal, y que tras el dragado que profundizó el canal principal se incrementó de tal manera que incluso se llevó a la comisaría de la III Sección Islas, también se observa en los principales cursos navegables del delta, donde es constante la presencia de árboles con las raíces expuestas a la orilla del agua, alguno caído directamente sobre el curso fluvial, otros a punto de hacerlo.
El constante paso de lanchas rápidas y embarcaciones que con mayor o menor desplazamiento de agua generan un movimiento que constantemente va comiendo las islas es uno de los conflictos entre la naturaleza y el hombre que sin dudas va siendo cada vez más peligroso.
No es, incluso, que no se pueda hacer nada contra eso. Como decía, lo que caracteriza a la vida del río, especialmente uno de llanura, es el cambio, cada creciente implica un cambio, a veces mínimo, a veces sustancial.
Lo interesante del caso es que la respuesta humana al cambio que la misma presencia humana genera rica en asegurar la inmutabilidad de las actuales condiciones del río, evitando el desbarranco permanente con la construcción de muros de contención, que pueden ser de distintos materiales (piedra, troncos, e incluso filmes plásticos).
Entonces cabe preguntarnos: si reclamamos por la defensa de la naturaleza y rechazamos el impacto que el hombre tiene sobre ella… ¿podemos aceptar y favorecer que el mismo hombre detenga la naturaleza cambiante del río como forma de evitar su propio impacto en el cambio?
Si bien la pregunta parece compleja, echa el ojo sobre lo que parece ser el eje de uno de los conflictos más difíciles de resolver en la cuestión de las islas: los cambios.
Nos gusten o no, los cambios son parte de la naturaleza por la simple cuestión de que está llena de vida.
Lo que no puede dejar de observarse en relación a las islas del delta victoriense es que todos parecemos tener una visión valorativa de los cambios, de manera clasificarlos en “malos” y “buenos” (aquellos cambios que parecen evitar los cambios), tal vez porque no podemos escapar a que todo lo que conocemos debe ser valorado y clasificado -uno de los pilares del pensamiento de la modernidad en la que estamos, mal que nos pese, formados- entonces cuesta abstraernos a la idea de que los cambios son simplemente eso y no responden a una escala de valores, sino que traen consecuencias.

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